13 oct 2011

Hoy Bar volvió a jugarme una de sus juveniles bromas, el clásico ring-raje. Ustedes sabrán imaginarse la secuencia: suena el timbre, voy hacia la puerta, la abro y no encuentro a nadie. Hijo del rigor, supuse que el autor de la picardía había sido mi pequeño vecino del tercer piso. Víctima habitual, también supuse que mi agresor no se resistiría a un segundo ataque. Luego de una espera de varios minutos en silencio frente a la puerta, vi por la mirilla como el niño se estiraba para dar otra timbrada. Antes de que lograra su cometido abrí la puerta de un tirón con un fuerte "¿Qué estás haciendo?". Bar gritó y salió corriendo por el pasillo. Yo cerré la puerta riéndome por lo bajo. Un enfant terrible, Bar igual tiene buen corazón. Travesuras de infancia. Marsh, su mamá, subió después para pedir disculpas por lo que había hecho su hijo. Supongo que la culpa hizo cantar a mi pequeño amigo, a pesar de que nadie pidió explicaciones por el hecho. Me dijo que se sentía muy mal por lo sucedido y que ya le había dicho varias veces a Bar que dejara de molestar a los vecinos. Yo le dije que no se hiciera problema, que no me había molestado para nada, mientras me perdía en ella. Creo que es indisimulable la atracción que me genera esa mujer. Dulce, suave. Sensual sabiéndolo pero sin saberlo muy bien. Sin embargo, yo no leo nada en ella que demuestre interés en mi. Tengo entendido que quiere mucho a su esposo, un gordo pelado. Luego de despedirnos cortesmente volví a mis asuntos con el aroma de su shampoo todavía en cabeza. Es extraño como Bar siempre tiene puesta una remera roja y shorts y zapatillas azules.

E.Hemingway